jueves, 29 de octubre de 2009

BORRADOR

Para entender en esta vida algo ya pasado, sea del índole que sea, en el caso que nos concierne la arquitectura de Torre Europa, no sería un intento banal el situarnos en la época, las condiciones y las restricciones a las que se veía sometida para coexistir en una ciudad, capital de un país, que acababa de incorporarse a la OTAN, con una proclamada Monarquía Constitucional evidentemente reciente, y en ése momento el Partido Socialista al cargo.
Muchos cambios en un período de tiempo relativamente escaso, mucha gente con esperanzas y grandes ilusiones, y como la mayoría de las veces, esa gente que conforma el grupo de títeres danzantes de la ciudad manejados por el mayor poder que pueda existir, el dinero y dirigido por los grandes empresarios escondidos tras los políticos de turno, con un objetivo claro ante sus nuevos “compañeros europeos” de maquillar la ciudad que representa al país que tan dignamente se ha incorporado al club de los selectos intentándolos deslumbrar como ciudad cultural europea para contentarlos con la nueva adquisición.

Aparcando al margen el tema de la política para no desviarme demasiado del objetivo claro de la práctica no me gustaría profundizar sin antes proponer un debate sobre la construcción en altura.
Parece, que a lo largo de la historia de la arquitectura, los estilos que han ido surgiendo en la barra del tiempo han sido muchos y diversos, explotándolos y exprimiéndolos hasta el límite de llegar a perder su esencia y cuando esto pasaba, aparecía una nueva figura/genio/dios/engañabobos (mírese desde el punto que prefieran), que dictaminaba cuál era la nueva fórmula para proyectar, y el resto de nimiedades con título o no de arquitectos lo asimilaban y creían a pies juntillas como si de un rebaño de borregos se tratara, balando a la par que iban diseminando sus magníficas obras por todo el territorio, no suyo, sino de toda una sociedad que se iba a ver afectada con más o menos suerte de sus peripecias profesionales.
Hoy en día, como alumna de arquitectura he escuchado en bastantes ocasiones que el futuro de la arquitectura está en la construcción en altura. Al principio parece alucinante y emocionante, imaginarte diseñando rascacielos a punta pala. Incluso puede parecer justificado por eso que dicen en los periódicos de los niveles de densidad de población… pero, al igual que unos Jimmy Choo nos puedan hacer suspirar a la mayoría de las/los? mortales, no todo el mundo calza el mismo número, y aunque haciendo un grandísimo esfuerzo puedas llevarlos en una ocasión, al final lo que no vale no vale y en el mejor caso acaba rompiendo y en el peor, ¡rompiéndote el pie!.
Con la amalgama ridícula y barata que acabo de hacer entre política, arquitectura, zapatos y arquitectos pretendo decir que la construcción en altura puede ser aconsejable y adecuada para cierto tipo de ciudades que la demanden, pero en el caso de Madrid me lo cuestionaría, el terreno es amplio, la población vive dispersa en unos radios que para alguien provinciano incluso se hacen ridículos, la contaminación es visible (no se si palpable) encaramándote a unas de estas construcciones de moda y aún así se empeñan en apilar a la gente en grandes latas de sardinas que por muy vistoso que resulte el continente, el contenido conlleva consecuencias que a muchos nos gustaría evitar, como los madrugones para poder llegar a los sitios, los atascos, el pasar el día fuera porque volver a casa al mediodía resulte imposible o ridículo, el nuevo atasco, los colapsos en las calles, las marabuntas en los metros…,ésto puede sonar divertido, incluso a mi me gusta, puede que sea lo que da vida a una ciudad y puede que también sea lo que le quita vida a los componentes de esa ciudad.

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